Hay muchas maneras de entender y ejercer la Psicoterapia. Todas ellas son muy válidas, siempre que prioricemos la honestidad terapéutica y la aplicación de aquellas técnicas que resulten útiles al paciente, y no tanto aquellas que se adhieran a nuestro contexto teórico.
Dentro de la variedad de enfoques psicoterapéuticos existe el Psicoanálisis, en el cuál una de las condiciones imprescindibles para que el terapeuta pueda ejercer es que haya realizado su propio análisis personal (uno o varios análisis personales, con larga duración, por ejemplo ocho, diez, quince años o más, donde el terapeuta analiza, comprende e integra su propia historia y sus propios sufrimientos). En el resto de corrientes no se entiende este requisito como obligatorio, aunque haya personas que lo cumplan.
No hay enfoques mejores o peores, y serán más o menos adecuados en función del tipo de paciente, capacidad intelectual, disponibilidad de tiempo, tipo de patología, momento vital, necesidad subjetiva de la persona, etc.
Existen muchas diferencias entre cada enfoque pero, uno de los puntos básicos que, a mi modo de ver, caracteriza al Psicoanálisis es que se dirige a entender el funcionamiento doloroso o desadaptado pero también a comprender en qué momento de la vida arraigó en la persona y de qué manera. Es así como se produce el cambio profundo o el alivio del sufrimiento, otorgando un significado a las cosas que experimenta el paciente en su vida. Y para ello, uno de los focos de análisis es la relación entre terapeuta y paciente, pues entendemos que todo lo que pasa en la vida del paciente puede reproducirse dentro de las sesiones de terapia. De este modo, las sesiones se consideran un campo privilegiado de observación de cómo vive el paciente las relaciones y las cosas que le ocurren.
Es precisamente por este motivo que, en Psicoanálisis, el grado de exposición emocional que vive el terapeuta es más elevado que en el resto de enfoques, lo que exige sin duda que el terapeuta haya atravesado todo un proceso de Psicoterapia personal, que le capacite para diferenciar con precisión sus emociones y conflictos de los de su interlocutor. De lo contrario, el terapeuta dará al paciente, por ejemplo, una recomendación que le hubiera gustado poner en práctica él mismo cuando vivió una situación parecida. Es decir, un psicólogo que no haya realizado su propio análisis personal, tenderá más a guiar sus intervenciones terapéuticas por criterios biográficos y no por criterios técnicos.
Un Psicoanalista no debe ser alguien que tenga verdades, sino que pueda hacer las preguntas que uno necesita escuchar, o relacionar aspectos de la vida que uno no creía que estuvieran vinculados. También debe ser alguien que se conozca tan profundamente que pueda diferenciar, en todo momento, sus asuntos de los del paciente, impidiendo que sus propios asuntos no resueltos le influyan en sus intervenciones. Debe poder identificar claramente todas las emociones que va teniendo en las sesiones con cada paciente y saber si estas emociones proceden de su propia historia personal o de su forma de ser. Y, por supuesto, es preciso que detecte cuándo le afloran prejuicios personales o culturales en el trato con el paciente. Todo ello le permitirá hacer un diagnóstico más acertado del caso.
En definitiva, para tener todas estas capacidades el Psicoanalista debe atravesar uno o varios procesos de Psicoterapia personales. Como ya he dicho en otras ocasiones, la Psicoterapia personal de un terapeuta es una cuestión de higiene profesional, como los guantes esterilizados del cirujano, o como las horas de vuelo que debe cumplir un piloto antes de transportar pasajeros.
Espero que os haya interesado y me encantará responder cualquier pregunta. ¡Que paséis buen jueves!